El Nahual No.1




El nahual es uno de los seres sobrenaturales más extraordinarios dentro de la cultura mexicana.

El término nahual proviene del nombre castellanizado de nahualli, palabra de origen Nahúatl relacionado con la magia. Los nahuales eran sacerdotes hechiceros, que poseían grandes secretos, entre otros, la manera de hacer caer la lluvia sobre los campos, de desviar la corriente de los vientos de enmudecer el trueno y de alejar el granizo de la helada. En el imperio azteca los nahuales eran amparados por Tezcatlipoca, el dios azteca de la guerra y el sacrificio. La leyenda contaba que un nahual podía desprenderse de su piel y transformarse en una de estas criaturas.

No obstante sus poderes, no eran insuperables ya que se les aconsejaba a la gente en los pueblos que para que los brujos o nahuales no entrasen a hacer daño a sus casas era bueno usar como protección una navaja de piedra negra en una escudilla de agua, puesta tras la puerta, o en el patio de la casa de noche.

Angela Valadez oriunda de Santa Cruz de Galeana Guanajuato, ahora Juventino Rosas nos da el siguiente testimonio sobre los nahuales de su pueblo:
Yo tendría como unos diez años (1935) cuando fue lo de mi tía. Mi mamá siempre tenía pleitos con el brujo de enfrente, pero él a mi mamá no le hacía nada. Era cosa de que mi mamá estaba bien protegida. Tenía unas tijeras en cruz, romero y unas agujas que siempre ponía debajo de la cama y entonces no nos hacía nada ni podía entrar porque también lo ponía detrás de la puerta de la casa. Un día mi tía llegó al pueblo proveniente de la Ciudad de México. Llegó a visitarnos con su hija. No sé porque la hija de mi tía le pegó a la hija del brujo y mi tía se enojó y le dijo muchas groserías. Él le dijo mire usted cállese la boca porque mañana se va acordar de mí, pero mi tía no le creyó ni mi mamá tampoco porque siempre le decía “Quita eso y veras como sí entro”. Incluso afirmaba que entraba aún cuando mi papá estuviera, que muchas veces había estado entre los tres. De cualquier forma mi mamá nunca quitaba la protección y el brujo nunca pudo entrar a hacernos daño.


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Mi tía jamás pensó que le fuera a hacer algo pero al siguiente día le grito desesperadamente ¡Ignacia! ¡Ignacia! Ven verme, mira lo que me hizo ese maldito brujo. Y mi mamá le preguntó ¿Qué te hizo? Y entonces le mostró las mordidas que tenía en la zona de la ingle en las dos piernas, pero eran unas mordidotas tan grandes que no podía caminar mi tía. Y eso fue una vez que entró a mi casa porque no habían puesto ninguna protección en la pieza donde mi tía dormía. Mi tía se acordó de lo que le había dicho el brujo “mañana te acuerdas de mí” pero jamás pensó en que le haría eso.” “También tenía una amiga cuando yo tendría unos doce o trece años que, vivía al otro lado del brujo y siempre me decía en la noche antes de las siete “ya me voy” y yo le preguntaba “¿Por qué te vas Chucha? Antes que llegue mi esposo porque a mí me da mucho miedo con este maldito brujo que se vuelve perro y se brinca las bardas a partir de las ocho de la noche hace sus averías de andar brincando bardas y andarse metiendo a las casas. Chucha me platicaba que su ladrido era feo y cuando lo veía voltear para donde estaba la pieza donde vivían los ojos se le veían rojos, relumbrosos.

Todas estas fechorías las hacía el mismo brujo y a este brujo le decían el número uno. Porque todos tenían su nombre, él era el número uno, otro era el número dos, el número tres, el otro era el siete, y el otro era el quinto había estos cinco que eran muy famosos como brujos, en especial el número uno. Era el número uno por ser el mejor. El número uno tenía mucha gente que lo iba a ver tanto como para hacer mal como para curar. La mayoría lo buscaba para hacer el mal. Llegaba mucha gente hasta de carros y eran de fuera porque en ese pueblo no había ni carros, sólo los camiones para ir a Celaya. El número uno estaba casado y su esposa se llamaba Lola y su hija era Chana y la otra que se peleaba se llamaba Elena. El número uno era un hombre bajito, delgado y con bigotes, y usaba camisa y calzón de manta con huaraches, no vestía bien traía una pilmita a lo que hoy se le conoce como sarape era una cobija y así siempre usted lo veía tapado en la mañana en la tarde a la medianoche a la hora que fuera y también usaba un patío que era una tela que se doblaba esquinada y se amarraba y se anudaba a la cintura. En ese entonces, decían que el hombre que no traía el patío no era hombre y la mujer que no usaba babero no era mujer. El número uno no tenía un aspecto al que se le pudiera temer, tenía la apariencia de un cualquiera, de un “indio entelerido”.

En el día salía al jardín y a la calle y ahí se sentaba de las cinco en adelante. Se reunía con su mujer y sus hijas en la puerta, pero después de las ocho se perdía. Cuando llovía, había tormentas. o aguaceros aprovechaban para chupar a los niños, se metían en las casas donde había niños chiquitos y sin protección. Una vez sucedió que una señora que le servía mi mamá, y que tenía un cuartito para que ella y su esposo durmieran en la misma casa pero más retiraditos hasta al fondo. Fue en una de noche tormenta cuando se oyeron los llantos del niño de la señora. El niño lloraba mucho, mi mamá supo de inmediato que era un nahual que quería chuparlo, entonces fue mi mamá y le preguntó ¿Qué que tenía? La señora contestó que el niño lloraba y lloraba sin razón, que no sabía lo que tenía. Mi mamá le dijo que era el nahual que venía a chupar al niño, que para protegerlo debía rezar el credo pero al revés. Mi mamá sabía que debía de hacer en estos casos pues también atendía a unos chiquillos. La señora con palabras aquí y allá apenas pudo rezar el credo al revés. Al terminar el credo el niño se quedo callado e inmediatamente agarraron al nahual.

El nahual estaba en el rincón y se lo llevaron a las autoridades. El nahual no tenía forma humana sino de perro cuando entró, pero cuando la señora terminó el Credo, volvió a la forma humana, cristiana, bueno como uno. Estaba allí en el rincón, ahí en el lugar del perro. Después de eso mi mamá le dijo que tuviera cuidado y que pusiera las tijeras cruzadas, el romero y unas agujas. En los Ranchos se sabía sobre niños que eran chupados, mi papá como era mayordomo nos contaba que en el Rancho de Guadalupe, en los jacalitos de alrededor varios niños habían muerto chupados por los nahuales. Se decía que los nahuales tomaban la sangre de los niños para dárselos a sus hijos. Uno de los brujos tenía una hija que se casó y cuando se fue con el marido no quería comer y no comía y no comía y entonces cuando iban a ver a sus papás ella se ponía muy contenta, pero su marido no sabía porque. Un día llegó y que le dice la mamá a la hija mira hija tu papá aquí te tiene sangre de tal día y tal fecha y se la estaba dando cuando las oyó. Dicen que el marido le puso una friega bien buena y ya no se la llevó a su casa nunca más.

También, cuando llovía mucho en la orilla del pueblo porque era un pueblo muy chiquito de unas cinco o seis cuadras larguitas a las ocho de la noche veía usted a todos los nahuales convertidos en bolas de lumbre que botaban, subían y bajaban como jugueteando. Mi hermano y yo nos asomábamos a verlos un ratito. Algunas veces las personas se sentían atraídas por el brillo de las bolas de fuego. Cuando esto sucedía la bola iba guiando a la persona, las hacía caminar y caminar hasta confundirlos y lograr que se perdieran. Las bolas de fuego eran los brujos, eran los cinco brujos. Todos los brujos eran nahuales.

También se contaba que uno de los brujos o nahuales que salía a chupar a los niños siempre se quitaba los ojos antes de salir y los dejaba en un traste y una de sus hijas sin darse cuenta agarró el traste y lo arrojó a las brasas con todo y ojos. El nahual al regresar a su casa los buscó y buscó y cual es su sorpresa al darse cuenta que los habían arrojado al fuego. Después de eso se quedó ciego y ya no volvió a hacer mal ni a salir.

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