Y a este andar, le llamo autoconocimiento...

Es complicado aceptar que no se estar sola y el nivel de atención que requiero es máximo.

-- Afuera llueve... adentro llueve todo el tiempo y de pronto no se sabe donde esta más humedo.

Afuera llueve y hace fresco, huele a tierra mojada y a muchos deseos. --

Le mande a alguien un whatsapp con este texto esperando que entendiera un poco lo que significa, francamente creo que no lo hará.

Claramente aquí seguirá lloviendo.

Llovimos tanto que me ahogué, Elvira Sastre

Hoy un querido amigo del alma, que bonito tener a un amigo del alma ¿verdad? me compartió esta canción poema de Elvira Sastre, es realmente hermosa y en algunos fragmentos las palabras dejan estaqueado ahí en medio del patio como lo decía Julio Cortázar.

Les invito a que se estaqueen conmigo:

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Hablamos tanto de la lluvia
que un trueno acabó atravesándome la garganta,
y tuve que escapar.

"Tu vida o tu corazón", me dijo alguien,
"Quiero pasar mi vida en el suyo", le dije yo,
pero eso no era posible,
era tan imposible como un amor platónico cumplido,
como tu y yo cumplidas,
como tu,
como pedirte que te quedaras después o vinieras antes,
como mantenerte encendida al otro lado de la calle
viéndote por la noche sin poder tocarte
y no consumirme en el esfuerzo
de querer tu imposibilidad al lado de mi almohada,
como negarte a ti y no negarme a mi en el intento,
como olvidar tu pelo,
como fingir que no estás detrás de cada palabra que me perturba,
como pretender saber no echarte de menos y conseguirlo,
como asentir creyendo que es cierto eso
de que es el frío el que hace las ausencias mas largas,
cuando ahora la única que existe
es la tuya en medio de este incendio de cenizas.
Te acabas de ir y tus ruidos ya se escuchan por las noches.

Era tan imposible, -tan imposible
como pedirte que te quedaras conmigo-.

La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada,
lanzando botellas al mar llenas de besos que nunca llegaban,
que se extraviaban, que se equivocaban de puerto,
que se rompían intentando llegar a mi boca
y confundían mis barcos,
y me llenaban de cristales los labios que,
pegados a la ventana, congelados,
solo esperaban verte aparecer.

Y entonces un día me dejé vencer,
olvidé donde buscarte,
comencé a despegar tus nudillos de mis pulmones,
me eché la sal de tu sudor perdido en los ojos,
prohibí tu olor en mis domingos,
y escribí todos los antónimos de tu nombre en mis ventrículos;
si no te olvido a ti, no les olvidaré a ellos,
y al final lo único que quedó
fue un miedo tan inmenso como inconfesable,
y un deseo,
solo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos,
irme lejos,
pensando que lejos es donde no estas,
sin darme cuenta de que donde realmente estas es en mí,
y que no te iras hasta que yo lo decida.


Pero empezaba a tener frío, y tu no venias a curarmelo,
así que tuve que pedirte sin decírtelo
que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo,
pero antes quise hablarte del cielo que te rodea,
de que cuando hablas realmente creo que los relojes carecen de sentido
si no es para pararlos y escucharte un rato más
-solo un ratito mas, lo juro-,
que tuve todos los continentes en mis bolsillos después de tu abrazo,
porque cuando tu respiras
el mundo, a veces, se paraliza,
y otras, en cambio, se tambalea,
pero eso es algo que solo entendemos
los que hemos visto a la poesía perder las comillas,
que tu risa astilla la penas,
y que aunque nos encontráramos en medio de una guerra
que por no querer luchar terminamos perdiendo,
encontré la paz en tus maullidos,
y fuiste algo así como volver a casa por primera vez
después de perder mil batallas en la espalda.

Quise decirte que mi papel siempre se redujo
a contemplarte desde lejos y volverte tinta,
que pudimos, y aunque no fuimos,
siempre seremos
-ojalá entiendas eso-,

que nos hicimos el amor una noche que llovimos
y que por eso te llevare conmigo siempre.


Que ojalá la huida hubiera sido de tu cama a la mía,
que ojalá la lucha se hubiera reducido a morderte las caderas
y no a este cansancio lleno de ojeras mudas,
que ojalá volviera a verte cada invierno de mi vida
y vieras que contigo nunca tuve prisa,
porque conocerte es viajar y besar, dulce y lento,
un día de invierno
llenas de frío por fuera
y de amor por dentro.

Y que ojala sonrías,
y no te culpes
ni te castigues:

tu cambias vidas,
pero no destinos.


- Elvira Sastre -