El elefante y la paloma.
El gigante y la señorita cojita de Coyoacán.
Una conjunción genial, intrigante, provocadora y dispar.
Para empezar, la fachada: él, enorme, gordo y feísimo, de separados ojos saltones y "cabeza de sapo", según la descripción de la propia Frida. Un príncipe azul desaliñado y sucio. Y ella, una grácil paloma, débil y enferma de por vida, dueña de una exótica belleza que -según el ojo que la mirara- podía pasar también por una chocante franqueza física (bigotuda y cejijunta, con una pierna seca, herencia de la poliomielitis y una sonrisa incompleta). Pero bella. Y ataviada como una diosa azteca para un ceremonial.
"Exhibiendo su cuerpo lacerado como otras mujeres exhiben sus broches", según la vio Carlos Fuentes.
¿Cómo se amaron estos dos?
El toro y la mariposa. El chocante "sapo-rana" y "Fisita", la niña de sus ojos.
Casi 20 años de diferencia, entre tantas otras cosas.
Un tiempo, que para el muralista, significaba ya media vida, transcurrida entre la pintura, los años en Europa, el comunismo, el hedonismo, la celebridad... y las mujeres.
Y para Frida: menos de 20, vividos entre su infancia en Coyoacán, su escuela, sus amigos, sus provocaciones, sus primeros amores y definiciones políticas y sus iniciales pasos artísticos fundados en la dura prueba de su cuerpo roto por las enfermedades y las huellas de un accidente que la marcó de por vida.
Fue así como se encontraron. Así se vieron Rivera y Khalo, cuando la joven Frida apareció, cojeando y cargando algunas pinturas, en el edificio del Ministerio de Educación, donde Rivera pintaba unos frescos.
-"Baje Diego", dijo ella simplemente. Y él lo hizo... para empezar a ser, desde entonces, "Diego inicio, Diego, constructor, Diego niño, Diego esposo, Diego amante, Diego madre, Diego yo"... Diego todo. Y en todo: "en mis orines, mi boca, mi corazón y mi locura".
En los cuadros que ella pintó, en la pierna que le amputaron, en los hijos que no pudo retener en su vientre, en la postración y en la soledad.
Enorme complicidad, ríos de ternura, profunda admiración mutua, conjuntas y apasionadas luchas revolucionarias, viajes, separaciones, abiertas infidelidades de ambos (que en el caso de ella incluyeron un romance con Trotsky y con varias mujeres, y en el de él, aventuras con innumerables modelos y con la propia hermana de Kahlo).
Así fue como Frida y Diego se amaron, se soportaron, se defendieron y tantas veces se retrataron. También se abandonaron, claro. El, sobre todo, aunque, igual que ella, la amara hasta el último día.
http://www.hoy.com.ec/Suplemen/blanco19/negro1.htm
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